lunes, 5 de octubre de 2009

ENTRE CLÁSICOS Y BEST-SELLERS:



En el campo de la literatura parece existir una diferencia sustancial entre lo que Bordieu define como “una producción cultural destinada al mercado” y frente a esta nos encontramos con “una producción de obras puras y destinadas a la apropiación simbólica” (Génesis y estructura del campo literario).

Es decir, por un lado tenemos a los best-sellers, que consiguen una alta demanda inmediatamente después de salir al mercado y por el otro los libros que con el tiempo logran el status de “clásicos”, y cuyo valor va creciendo conforme el tiempo juzga su importancia.

Ahora bien, tomemos como ejemplo un libro como Crepúsculo, de Stephenie Meyer, el primer libro de una lucrativa saga que se ha convertido en uno de los best-sellers más importantes de esta primera década del siglo XXI (Traducido a más de 20 idiomas).

Bordieu dice: “Así, la oposición es total entre los best-sellers sin futuro y los clásicos, best-sellers de larga duración que deben al sistema de enseñanza su consagración y por lo tanto su amplio y duradero mercado”.

¿Es Crepúsculo sin lugar a dudas un best-seller sin futuro? ¿Podemos establecer inmediatamente un juicio a priori sólo porque nos resulta obvio que así deba ser?

Aplicando la máxima de Da Vinci: “No se puede amar ni odiar nada hasta no llegar a su conocimiento”, me puse la tarea de leerme los libros de la saga de Meyer para así poder juzgar con propiedad. Y sí, ciertamente puede que tenga todas en su contra para ser considerado “basura para intelectuales”… Sin embargo, de alguna forma u otra, Crepúsculo ha logrado conectar con el lenguaje y el sentimiento de una generación, ha conseguido codificar el lenguaje de esa generación, que constituye sus lectores y atraparlo.

Thomas Mann en su novela La muerte en Venecia dice lo siguiente: “Para que cualquier creación espiritual produzca rápidamente una impresión extraña y profunda, es preciso que exista secreto parentesco y hasta identidad entre el carácter personal del autor y el carácter general de su generación. Los hombres no saben porque les satisfacen las obras de arte. No son verdaderamente entendidos, y creen descubrir innumerables excelencias en una obra, para justificar su admiración por ella, cuando el fundamento íntimo de su aplauso es un sentimiento imponderable que se llama simpatía”.

Personalmente, no me gustó Crepúsculo pero me resulta interesante observar como este libro, y sus continuaciones, logró esa “simpatía” con tantos lectores; así como mi generación en su momento sintió esa “imponderable simpatía” por los libros de Harry Potter. Y me pregunto: Sí un libro es capaz de conmover a un grupo numeroso de personas, acaso no logra, por lo menos, una pequeña marca en el tiempo.

El best-seller del hoy puede ser olvidado tempranamente, pero siempre queda la posibilidad de que logre ser algo más.

¿Acaso la lucrativa saga de Anne Rice, Las Crónicas Vampíricas, no merecen un digno lugar de honor en la historia reciente de la literatura?

¿No es concebible acaso que una novela gráfica como Watchmen merezca su puesto de honor como una de las mejores producciones literarias de los últimos tiempos?

Por ejemplo: En algún momento Los infortunios del joven Werther fue un best-seller por así decirlo, y hoy en día es uno de los clásicos imprescindibles de la literatura (y aún tiene sus detractores). A su vez, El famoso best-seller de los 90 The secret history fue también considerado “basura para intelectuales” pero ahora se reseña entre los 1001 libros que hay que leer antes de morir.

Habría que preguntarse si frente a tanto best-seller no existe también igual cantidad de intelecto vacío con pretensiones de convertirse en clásico sólo porque se presumen de mejor calidad pese a no tener tanta demanda.

Quizá, Crepúsculo se olvide… Es probable. Pero también existe la remota posibilidad de que se gane un puesto que parece inadmisible.

No son los premios. No son las críticas. Ni la cantidad de lectores. Únicamente el tiempo juzga la permanencia o el olvido de una obra de arte.

GUILLERMO LÓPEZ MEZA