domingo, 10 de enero de 2010

REPETICIÓN Y AURA

Walter Benjamín al referirse sobre la obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, entiende este fenómeno de repetición (la “presencia masiva” de la obra de arte, en sustitución de la “presencia irrepetible”) como “una atrofia del aura” que debe tener una verdadera obra de arte. Según Benjamín, esta aura es definida como “manifestación irrepetible de una lejanía”, independiente incluso de su contexto actual (el de la obra). Podríamos entenderlo como intemporalidad, pero mucho más que eso… El aura de una obra de arte es como una señal inequívoca de su permanencia en la historia, estigma de su inevitable inmortalidad.
Ya se ha vuelto latiguillo: en estos tiempos de masificación de las cosas y de “progreso”; el arte también se rige según los parámetros de la sociedad de consumo, que transforma a las obras de arte (e incluso a los artistas) en productos que se consumen como si fueran enlatados o fast-food, o en conformidad con las modas y tendencias del momento, en relación a eso que llamamos “estar al día” (vemos la películas que todos ven, leemos el libro que todos leen, escuchamos el disco que todos escuchan) y perdiéndose así el sentido de lo que es el verdadero arte. Se pierde el aura que pueda tener una obra de arte, como diría Benjamin.
Ahora pregunto ¿Qué tan cierto es esto? ¿En qué medida una obra de arte resulta afectada, si se trata de verdadero arte, en relación a su fácil accesibilidad para las masas? ¿Por qué una obra de arte pierde su aura, destroza aquello que la hace única e inmortal debido a su desmedida reproducción?
Afirmar estas cosas nos pone en una situación un tanto arriesgada. Walter Benjamín, en el consabido discurso defiende la tesis de que el arte pierde su aura debido a su reproductibilidad, y propone como única vía de “redención” para el arte, un tanto sutil pero no por ello invisible, lo siguiente “la politización del arte” y la “formación de exigencias revolucionarias en la política artística”. Todo lo que critica se reduce a una conclusión: El grado de autoalienación al que ha llegado el hombre, tiene al arte como uno de sus mayores intrumentos (y en este sentido, para Benjamín el cine parece llevar la batuta), y el fascismo es quien se esconde detrás de todo esto. En última instancia, lo que Benjamín patenta, es una postura radical que excluye los matices, aún cuando hay conceptos realmente interesantes (como el de “aura” en una obra de arte).
Tal como dice Daniel Mato, en relación a esta forma de crítica en torno a la industria del arte y el consumo cultural: “No obstante, enfatizar la importancia de las interpretaciones de los consumidores, o poner el nombre en la forma plural no “exorciza” su marca de origen: la idea de “arte”.
Es decir: el hecho de que en la contemporaneidad exista una sociedad de consumo de la cual no podamos separar, o es muy difícil hacerlo, a la obra de arte; esto no hará de ello una minusvalía del concepto de arte, y de la obra.
Por ejemplo: sin la reproducción, el cine no fuera lo que es hoy en día, o no sería lo que en última instancia representa: “entretenimiento para las masas”. Pero, no por ello dejaremos de considerar al cine como una de las manifestaciones artísticas más importantes del siglo XX y XXI. Y sí, también tiene su “aura”. ¿O no?

Consideraciones finales:
Desde que Las desventuras del joven Werher, de Goethe, salió a la luz pública se convirtió en uno de los libros más vendidos de la historia (no existía aún el concepto de best-seller, ni una industria editorial, o un mercado de consumo tal como lo conocemos hoy en día). Tan hija de su tiempo fue este libro como una novela cualquiera de Paolo Coelho lo es hoy en día, y no se puede decir que el libro de Goethe no tiene “aura” sólo porque su reproducción y consumo en masa le atrofió esa cualidad. Actualmente es un clásico de la literatura alemana, y ha perdurado sobrepasando a la cercanía que tuvo con su tiempo y su generación (el libro está muy por encima de eso). Werther es una posibilidad universal que no muere ni morirá jamás… Afirmar lo mismo de una novela de Coelho, actualmente, será una idea descabellada para los intelectuales y críticos renombrados. Decir que Verónica (de Verónica decide morir) es una posibilidad universal tan perdurable como lo puede ser el Werther de Goethe nos resultaría una idea risible, sin lugar a dudas.
Posturas van, posturas vienen. Imposturas también. Habrá que ver que dirán los herederos simbólicos de esos mismos intelectuales, o críticos de renombre dentro de unos 50 años. Puede que el aura de una obra de arte implique lejanía, es cierto. Desde la distancia del tiempo quizá se aprecie mucho mejor lo que verdaderamente resplandece y lo que no. Más allá de sus repeticiones.

GUILLERMO LÓPEZ MEZA.